Una exposición de Luis García Zurdo: “Síntesis de una trayectoria”.
Los promotores de las artes del viejo reino de León desde la Alta Edad Media no
se sintieron atraídos por la pintura; fue como si con los “Beatos” medievales, los frescos anónimos de San Isidoro y el retablo de Santa María de Regla de maese Nicolás ya hubiesen cumplido con el Summa artis. Cosa muy distinta ocurrió con la arquitectura y la escultura; los ejemplos creados en estas tierras constituyen por sí mismos una antología del arte hispano.
No es aventurado afirmar que con la segunda mitad del siglo XX se abrió decididamente
un tiempo dorado de la pintura leonesa y que Luis García Zurdo es uno de los pilares que reavivó las artes hispanas en general y leonesas en particular a partir de 1961.
Hoy la Universidad de León se reviste con una exposición,“Síntesis de una trayectoria”, en la que se muestran bocetos de vidrieras a escala natural, pinturas, esculturas y vidrieras realizadas por el maestro don Luis García Zurdo, doctor “Honoris causa” por nuestra universidad.
Luis Zurdo es un leonés callado y discreto, que se inició en las artes sobre la ya lejana estela de Guillermo Alonso Bolinaga, el maestro que realizó la restauración de las vidrieras de la catedral de León y de David López Merille, dibujante y vidriero que, a su vez, se había formado con el arquitecto Juan Bautista Lázaro, autor del proyecto de restauración de las vidrieras de la catedral de León.
En cierta medida, su vocación por la pintura, la escultura y el vitral acompañaron a Luis G. Zurdo desde la adolescencia. En 1956 ingresó en la Escuela de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde realizó los estudios de pintura que concluyó con brillantez en 1961. Los premios avalan esta afirmación: Primera Medalla en la exposición de Arte Universitario (Madrid, 1959), Premio del Estado en la Escuela de la RABASF (Madrid, 1960). En 1961, cerró su balance personal con una exposición en la sala de la Diputación Provincial de León, en la misma que habían expuesto aproximadamente un mes antes Vargas y Jular. Ambos acontecimientos supusieron un cambio de rumbo en el acontecer artístico provincial.
En 1962, realizó un viaje casi iniciático por la Europa central y se estableció en Múnich. Durante su estancia en la Kunst Akademie de Múnich y otros centros docentes conoció y trabajó con el maestro de vidrieros Josef Oberberger, y se familiarizó con la obra de Arno Bromberger y con la del pintor Jürgen Reipka. En el año 1967 obtuvo el Primer Premio del Concurso Internacional de Frankfurt. Al mismo tiempo Zurdo se puso en contacto con el espíritu expresionista alemán; se interesó por las obras de los colectivos “Die Brücke” y “Der Blaue Reiter”, conoció la ruda y poderosa escultura del vienés Fritz Wotruba y en 1963, en Salzburgo, participó en un curso impartido por el pintor Oskar Kokoschka.
El expresionismo es un espacio plástico que nos acompaña desde hace miles de años. Es una estética poliédrica que ya se encontraba en el arte parietal, en los manuscritos altomedievales, en los pintores alemanes e hispanos de los siglos XV y XVI y renació con fuerza a principios del siglo XX. La idea sobre la que giraba el expresionismo, fundamentalmente el de tradición germánica, era la de representar al mundo tal como lo captaba la mirada del artista y, después de una reflexión profunda, lo configuraba en su interior y lo trasladaba a la pintura, a la escultura o al vitral. Es indudable que la obra de los artistas alemanes estaba asentada sobre la angustia de la amenaza real de una Europa en guerra, en un mundo agitado y turbulento en el que muchas barreras morales y personales fueron abatidas al tiempo que las ciudades fueron pobladas por fantasmas. Muchos europeos vieron que, desde la segunda mitad del siglo XIX, los paraísos perdidos se agostaban al compás de las Revoluciones Industriales y las Guerras Mundiales y se alarmaron. Pero en los años sesenta, tras la catástrofe de 1945, esa Europa había sustituido una guerra cruenta por otra más o menos incruenta y silenciosa como fue “la guerra fría” en la que la violencia aún latía con más fuerza si cabe pero los poderes la mantenían oculta.
Luis Zurdo instalado en Alemania hizo una inmersión en esa forma subjetiva de mirar la naturaleza y al ser humano y ya nunca abandonaría la mirada expresionista con la que tradujo el mundo que le rodea a formas y colores. Las formas convencionales, el bosque, el risco, el bodegón, los poemas bíblicos y la humanidad, estallan en rutilantes colores fragmentados de forma aparentemente arbitraria; pero nada hay casual en la obra de Zurdo porque su arte está atemperado por el equilibrio y la razón de los clásicos. Recoge los fragmentos y ofrece al espectador una naturaleza reordenada. Su aparente timidez revienta en formas y colores cuando se enfrenta al lienzo, a la madera o al vacío de un muro atravesado por la luz porque la creatividad necesita valentía.
Quizá ese proceso le aleja de los alemanes; aquellos expresaban el yo emocional potenciado por los acontecimientos, mientras que Zurdo transforma el vigor formal de aquellos en vigor cromático y reemplaza el mundo sombrío de los germanos por un mundo luminoso y armónico que refleja el equilibrio del pintor ante la naturaleza. Coincide con los expresionistas en el discurso desbordante que palpita en el lienzo y en la vidriera pero sin estrépito, porque en la obra de Zurdo hay más poesía que estruendo.
Manuel Valdés