Quizá el Arte, y especialmente la fotografía que parece una de sus sucursales más proclives a la denuncia, no debe ser siempre combativo y proponer modificaciones sociales, propuestas impactantes, reflexiones sobre lo efímero y la inanidad de la existencia. A veces el arte puede querer desafiar a los grandes gurús que comisarían las selectas documentas y preferir instalarse en la calle, en lo vulgar, en la sorpresa cotidiana y tomar sus fuentes de la belleza, la forma, la mímesis, la experiencia estética. A veces el arte se basa tan solo en una manera de mirar, de reconocer lo que antes has visto y ha calado en ti -aunque no recuerdes dónde-, lo que el tiempo ha consolidado como clásico. En palabras de Elliot Erwitt: La fotografía es el arte de la observación.
Se trata de encontrar algo interesante en un lugar ordinario. […] tiene poco que ver con las cosas que ves y mucho con cómo las ves.
Este es un proyecto de apropiacionismos, una captura, en la realidad cotidiana, de reminiscencias, reflejos, formas, composiciones de artistas que, al contemplar las fotografías, permiten su reconocimiento. La nómina de éstos es extensa y puede incluir también ismos, vanguardias, corrientes que se recuerdan mejor que los propios nombres de sus autores (casos del Land art, el Minimalismo, el Arte Conceptual, el Arte feminista, etc.). Pero se intenta ir un poco más allá de esos autores ya deglutidos por esta sociedad de la imagen (caso de Miró en los carteles publicitarios, Calder en las lámparas de los pisos de estudiantes, Kandinsky en telas y tejidos llamativos, Munch y su Grito,…). La obra aquí presentada no se sostiene por sí sola en cada una de las fotografías, no siempre efectistas, no siempre estéticamente bellas, no siempre técnicamente trabajadas, la mayoría de las veces encontradas en lugares inesperados, mal iluminados. En ocasiones se habla de fotografías “bonitas, pero casi mudas” mientras aquí se busca que, si bien no impactantes, sí sean locuaces. Este Proyecto tiene un relato, un por qué, y por ello debe contemplarse como un todo. Una simple fotografía separada, salvo algunas excepciones, no suscitaría un suspiro de admiración ni la contemplación extática ni siquiera el juicio de ser “una buena fotografía”.
Sólo cuando, despaciosamente, se interna el espectador en la senda que este relato le propone puede darse un insight de comprensión.
Las imágenes nunca se buscaron, se tomaron donde se encontraron y lo fueron, casi en su totalidad con la óptica limitada del teléfono móvil, lo que les hace resentirse en su calidad si bien en ocasiones una imagen imperfecta puede llegar a hacer pensar en el trazo desvaído de un pincel.
No hubo preparación, ni puesta en escena, ni trípodes, ni espera por l’instant décisif. Hubo, eso sí, hallazgo, inquietud, sorpresa, suerte. Por eso hay tantas tomas en viajes, en el extranjero, en las calles de ciudades donde llevas los ojos preparados para mirar, sin guía ni GPS, como un flâneur.
La obra, además de su perspectiva apropiacionista, presenta otra característica que la dota de interés. ¿Se hará realidad en ella la afirmación de Borges que conjeturó que un escritor puede influir en sus antecesores?. “Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro”. La explicación de esta paradoja, extendida al mundo visual, se encuentra en el hecho de que los apropiacionistas nos fuerzan a mirar a sus epígonos a través de esos rasgos que han elegido para hacernos reconocible al autor de referencia. Así, la historia no opera sólo hacia el futuro sino que en cada momento una obra (de escritura pero, ¿por qué no?, también artística) puede constituir un acontecimiento que modifique el pasado y lo ilumine transformando la obra del autor inicial.